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IRON MAIDEN - Brave New World (2000)

Género: Heavy Metal
Duración: 1:07:01min.
Año: 2000
Formación: 
Bruce Dickinson - Voz
Nicko McBrain - Bateria
Steve Harris - Bajo
Janick Gers - Guitarra
Adrian Smith - Guitarra
Dave Murray - Guitarra











Ni aunque viniera otro Big Bang intentando reproducir lo que la providencia unió en único e irrepetible conjunto, nunca surgiría de nuevo esa divina fórmula, la misma que dio como fruto a unos músicos que se unieron en perfecta armonía y sincronía, brindándonos, no sólo una música grandiosa y única, sino también un entusiasmo, una complicidad, una energía y una personalidad propias por las que se les ha hecho querer y admirar de una forma distinta a cualquier otra banda. Únicos y perpetuos, no puedo estar hablando de otro grupo que no sea Iron Maiden.

Después de pasar por la peor época de su carrera, prologada por un magistral aunque incomprendido The X Factor pero continuada por un insulso Virtual XI (insulso tanto en música como en título y portada), la banda empezó a plantearse su situación hasta que un último hecho como los problemas de garganta de Blaze Bayley remató su propia crisis, dejando de contar con el que era entonces voz del conjunto. Aquello fue después de darse cuenta Harris que el nombre de Iron Maiden no relucía tanto en los carteles como antaño y sus lugares de descarga ya no eran los apropiados para una legendaria banda como ellos. Era momento de cambiar o morir.

En 1999 las portadas de las revistas especializadas trajeron un sueño hecho realidad, el retorno de Bruce Dickinson al seno de la banda, pero el carismático cantante no vendría sólo, junto a él retornaba también Adrian Smith, y en un sano ejercicio de justicia y solidaridad, lo que muchas bandas hubieran hecho no lo hicieron los camaradas británicos, pues el miembro más ‘reciente’ de la banda, Janick Gers, continuaría en ésta pese al regreso del inolvidable Adrian. ¿Qué quería decir esto?, pues que de la noche a la mañana, Iron Maiden pasaron de la ruina a la absoluta gloria, alzándose cual ave Fénix con su cantante más aclamado de nuevo al frente y… con 3 guitarras, que por si ya mostraron ser magnos maestros en doblar bellas melodías, esta vez sería insoportable la espera a oírlos triplicarlas, expandiendo aún más el sinfonismo del que hicieron ilustre gala en su fructífera historia. Sólo había que esperar al año siguiente para ver el resultado, materializado en un magnífico álbum donde para completar tal resurrección volvió a asomar la mano su clásico ilustrador Derek Riggs para la portada. La banda prendió la llama de su nuevo siglo con Brave New World, un diamante decaédrico de épica y emoción que restableció a sus creadores a su altitud de antaño…

Un afilado riff de vieja escuela entra en solitario de la mano de Adrian Smith, para luego unírsele la banda al completo en una especie de The Prisoner cuando rompía en su primer minuto de vida en los albores de los ’80, pero con un halo más moderno, aunque no menos contundente. The Wicker Man aparece como primer tema y single del disco, descargando coraje y fiereza en su verso y sentimiento en su estribillo, un buen tema que aunque no es ni el mejor ni el más identificativo de todo lo que nos espera después, logra ser un digno primer trallazo de tradición para abrir boca. Su hímnico final, donde la cuarta vocal de marras dibuja una melodía concebida para las masas, es el que definitivamente dice en esta primera presentación que Iron Maiden habían vuelto, y en todo su esplendor.

Dulces y mágicas gotean las primeras notas de Ghost Of The Navigator, en una melodía sublime y etérea que precede a la creciente tempestad de las guitarras y el bajo, remolcados por el amenazante avance de la batería de McBrain, hasta romper en un denso y pesado oleaje de riff sobre el que le tocará navegar a Bruce, contando éste la historia de un navegante y sus aterradoras vivencias en la hostil alta mar, repleta de espectros y sirenas. Lo que más me sorprendió de este tema en mi primera escucha, a parte de esa majestuosa melodía que sirve después de segundo estribillo, fue la cristalina y sentida voz con la que entra Dickinson, en la que noté que volvió éste con un espíritu renovado, portando su mejor voz jamás conocida hasta entonces, mejor que aquella que lo encumbró, descubriendo que este regreso traía más poder ulterior del que al principio se creyó… Mejores imposible.

Tras la corpulenta línea instrumental del verso, la banda se deja caer en un cálido y elegante puente, donde nuestro barítono del Metal contonea su torrente en tintes arabescos de gran belleza y exotismo, hasta emerger un señorial primer estribillo donde Dickinson marca autoritario su firme texto, estallando todo luego en un segundo estribillo que crea un exquisito contraste, cambiando todo aquel suspense y oscuridad iniciales por un pasional impulso de luminosidad y apoteosis donde vuelve a ser protagonista la melodía que abría el corte, pero esta vez acompañada de su intérprete, Bruce, que le va haciendo su “traducción simultánea” con un texto que junto a la melodía en sí pone los vellos de punta, te eleva y transporta a la hermosa y bravía visión de aquel navegante en tan poderoso paisaje marítimo, haciendo que aquella trillada escena de DiCaprio en la proa del Titanic gritando como un niñato “¡Soy el rey del mundo!” se quede en mera anécdota escolar, ya que aquí la música transmite más que la mejor imagen, y éstos sí que son reyes, pero no de este mundo, pues con este segundo corte de Brave New World, Maiden volvían a construir otro gran clásico, que perfectamente podía codearse con su, hasta entonces para mí, última gran pieza por entonces, llamada Fear Of The Dark. Se podría debatir sobre ello, pero ni bajando Dios del Cielo me podría Éste convencer de lo contrario, de que estamos ante otra obra faraónica de la Diosa Doncella de Hierro. ”Toma mi corazón y hazlo libre, llévalo adelante junto a las olas…”.

Tras el mágico y emotivo influjo del fantasma del navegante, el tema título, Brave New World, amanece sutil, meloso, con una melodía acústica que pronto es poblada por la línea vocal de Bruce, hasta juntos crecer en intensidad con ese ”… bring this savage back home” que entre dientes gruñe Dickinson, escalando su voz por el abrupto crescendo de los instrumentos, rompiendo luego en misma estructura pero con el cambio de acústico a eléctrico y su sólida base rítmica correspondiente, fórmula atractiva pero de la que quizá han abusado demasiado en los últimos años. Eso se lo perdonamos, porque cada vez que lo hacen es para un buen tema, y éste no es una excepción, enérgico a la vez que elegante y con un estribillo simple pero que entra de lleno e indeleble en las almas de los headbangers. En este tema es donde por primera vez se distingue nítidamente el trío de guitarras en acción, en esa maidenesca melodía que brota después de los solos de rigor. Cumplieron su cometido, y con un resultado excelente.

Nuestros juglares eléctricos nos brindan otra delicada pieza que esconde un gran poder, Blood Brothers, que con sus poéticas metáforas, esa especie de hermética simbología, nos hace un homenaje a los fans, uniéndonos a ellos como ‘hermanos de sangre’, aunque en algún que otro fragmento chafen el romanticismo con un más humorístico que enigmático “afuera en las calles, donde los bebés son quemados” (¿?).
Musicalmente, éste es uno de los temas del álbum donde la banda más ensalza su lado más sinfónico, llevándonos a melodías y pasajes realmente bucólicos de ambiente muy Folk, muy medieval. Y lejos de estructurar la canción con la clásica dosis de versos y estribillos y después extenderse instrumentalmente, la banda aquí introduce diferentes partes vocales en medio del plano instrumental, detalle que enriquece mucho el tema y lo alza bien alto entre el track list de la obra. ”And if you’re taking a walk through the garden of life...”

Más heavy nos ataca The Mercenary, con un riffeo más conciso y fiero, y un Dickinson que ruge un violento verso que después desemboca en un melódico estribillo, recordando éste a las mejores atmósferas vocales de aquella oveja negra de la familia, llamada The X Factor, pero luciendo esta vez un mejor torrente, sin duda, sin menospreciar al bueno de Blaze. Fieros solos preceden a una preciosa melodía en la que Maiden dicen “sí, somos nosotros, ¿quiénes si no…?”.

Con las finas maneras aprendidas de aquel viejo Phantom Of The Opera, son ejecutadas las primeras notas de Dream Of Mirrors, un tema con el que la banda, a la vez que innova, mantiene intactas sus raíces. La canción va cobrando intensidad vuelta tras vuelta, volviéndose más punzante la pegada de caja de Nicko, hasta lanzarse el grupo en estampida con un bucle melódico de firma indiscutiblemente propia, seguida de un furioso cabalgar guitarrero sobre el que Dickinson descarga sus ”Lost! - in the dream of mirrors/Lost! - in a paradox” a la usanza de los ’80, siendo alternado por ese bucle de guitarras, para luego reproducir el estribillo a más revoluciones de lo habitual, adaptándolo al tempo reinante. Tras ello, otra gran melodía de gran sentimiento nace seguida de otro coro maidenesco de épicas oes, hasta dejarse caer en el mid tempo del inicio y su estribillo, siendo despedido el tema en acústico y con un Dickinson susurrante que extiende suavemente la última línea de esta sexta pista, la más extensa del álbum.

The Fallen Angel nos devuelve con más saña el nervio y dinamismo que agitaba las composiciones de la banda en su mejor década, con ese verso y sobretodo pre-estribillo articulado a trabalenguas por el gran Bruce, recordando por ese detalle a piezas históricas como Where Eagles Dare o The Duellists, seguido todo ello de un más pausado y ‘feliz’ estribillo, marcando aquella nueva pauta de la banda en su sonido.

Llegado el tema 8, hay que respirar hondo y prepararse para recibir otra fastuosa pieza épica, que a altura de titán bien puede codearse con clásicas epopeyas musicales de los británicos, tales como Rime Of The Ancient Mariner o Alexander The Great. The Nomad avanza con su propia marcha imperial, de arabesca tesitura y cálido misterio, una corpulenta tonada que desgrana delicadas melodías no exentas de carácter y oscuridad. Dickinson pasea su señorío sobre tan exótico escenario sonoro, contoneando su garganta para dibujar la trémula ‘o’ de ‘nomad’ con su ya conocida maestría. Pero ahí no es donde más se luce nuestro vocalista, y ése no es el estribillo definitivo…

Muy pocos segundos antes de llegar a cumplirse los dos minutos y medio de canción, lo que debía ser su tercer estribillo aparece transformado de súbito, lanzando Bruce su torrente al infinito, donde aquella ‘o’ de ‘nomad’ que al principio serpenteaba cálida, esta vez es proyectada gradualmente al cielo, hasta completar ya en lo alto esa palabra que da nombre al tema, suspendida en el cenit del rango vocal de Dickinson, pero habiendo hecho escala en nuestras almas, y cambiando con su embrujo todo lo que le rodea… El tempo se vuelve pausado, andando la batería a pesadas zancadas, mientras las guitarras rematan cada vuelta con una bella melodía. Sin duda estamos ante el mejor momento de Bruce Dickinson en este álbum, y también el mejor momento de los músicos, brindándonos más tarde una odisea instrumental que aunque extensa, no puede ser ignorado ni un sólo segundo, como recreando con música el elegante y sombrío misticismo de aquel nómada del desierto, aquel ‘jinete del antiguo oriente’.

Y como para Powerslave fue 2 Minutes To Midnight, y Can I Play With Madness? para ’Seventh Son…’, es turno para el himno del disco, el que debería haber sido único y definitivo single de este Brave New World: Out Of The Silent Planet…

Es realmente injusto que un tema nacido para el directo no haya pisado tablas, o al menos no hay ni pirata ni oficial que demuestre lo contrario, que yo sepa. Menos mal que llegó a ser uno de los singles del disco, pero el dinamismo y empuje de un tema tan adictivo y genuinamente Maiden merecía algo más, como mínimo haber aparecido en el set list de aquella ya legendaria descarga en el Rock In Rio, que fue inmortalizada en CD y DVD justo antes de que aquel evento dejara de tener ‘Rock’ y ‘Rio’ (menos mal, llegasteis a tiempo).

Este tema maldito (quién sabe por qué razón) comienza con un insistente trinar de guitarra que enlaza perenne el tirabuzón de su aguda melodía, acompañada de sutiles notas de bajo y lejanas guitarras que acentúan el pulso de éste, hasta cambiar todo a un pasaje acústico donde entre densos acordes susurra Bruce lo que será el segundo estribillo de este monumental himno metálico. De súbito surge un eléctrico ataque que rasguea entrecortadas ráfagas mecánicamente marcadas por redobles de baqueta, encendiendo motores al más puro estilo de aquel Tarot Woman de Rainbow o Love Gun de Kiss, hasta llevarnos como de un estallido al verso, que desde el mismo golpe de cambio ya presenta su texto.

Tras un ceremonial y portentoso puente, el primer estribillo, de gran espíritu clásico, es orgullosamente ondeado cual bandera por Bruce, irradiando ese poder, magia y elegancia que ya se echaba de menos en Maiden, con ese remate de ”come the demons of creation” de sentimiento tal como las líneas más emotivas de un The Evil That Men Do. Pero la apoteosis de masas está por llegar, de la mano de esa doble melodía que articula sin palabras el texto del segundo estribillo, ese clamoroso “Out of the silent planet, out of the silent planet we are…”, que pronto llega para defender su naturaleza de clásico al son del parejo trotar de parches de McBrain y bordones de Harris. ¡¿Quién le diría ‘no’ a esta canción?!, una canción que nació para ser coreada por el público como un Fear Of The Dark del siglo XXI.

Y pasando a la siguiente pista, si muchos como yo pensasteis en cómo hubiera sonado aquel The X Factor con Dickinson al frente, en The Thin Line Between Love & Hate hallaréis la respuesta. La canción comienza adentrándonos en un oscuro pasillo revestido por una robusta aunque elegante melodía a bordón enmudecido, recordando en ambiente y cuerpo a aquel ya lejano To Tame A Land, pero más ralentizado y benévolo que aquel monumento del ‘83. Y el guiño ‘X Factor’ comienza desde el verso y sigue con un estribillo machacón a la vez que sereno, para luego sorprendernos con ese ingrávido y radiante ”I will hope, my soul will fly, so I will live forever”, con ese ‘forever’ llevado al límite por esa voz que no es de este mundo.

La atmosférica y sentida tanda de solos no podía ser más emocionante, desvaneciéndose para dar paso a una cálida y calma melodía que luego es reproducida por un intimísimo Bruce, pronunciando el nombre de esta última pieza, dando luego rienda suelta a otro pasaje de solos a cargo del recién nacido trío de hachas, donde a ratos se interpone una mágica melodía. Para terminar, vuelve a articular Dickinson su emotiva y ‘delgada línea entre el amor y el odio’, esfumándose el tema bajo el denso sisear de los platillos de Nicko. Para rematar la faena, el golfo de Dickinson rompe sanamente el hechizo de la canción con una jocosa frase final, ”Oh, i’m fuckin’ mystic!”, con la posterior risa en el estudio. Parece ser que le dio por decirlo con el micrófono aún abierto, ello hizo gracia y lo dejaron. Estos Maiden… son aún como niños.

Y ése es uno de los múltiples detalles que hacen tan grande a esta banda, que pese a convertirse en lo que se han convertido, siguen con su sana sonrisa y sus buenas vibraciones al frente, y con la mente aún tan fresca como para, a parte de reírse de ellos mismos, seguir creando música de alta gama, de la alta alcurnia de la que siguen haciendo gala y honor como regentes del movimiento, compartiendo corte con pocos nombres más que, unidos, hicieron de este mundo eléctrico algo maravilloso y digno de ser perpetuado, bajo el cuidado nuestro y de los que vengan. Me siento orgulloso de que ellos fueran mis bautistas del género y de que hoy defienda su música con más conocimiento y vehemencia que antaño. Al universo no le quedan fuerzas para unir a otra banda igual, que ni lo intente.

Ahora y siempre… Up the irons!.



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